EL COLOR FAVORITO DE MI HIJO
Un plástico amplio anaranjado
desenrollado sobre la mesa del asado
hoy sábado
Y yo
amargada, con mis chancletas
resbalosas de agua de calle y el bolsillo roto
de mi pantalón apretado sosteniendo
una llave
que abre hacia un abismo borroso.
Reconozco solo el deseo de regresar
fundido en el frio, duro metal
de esta gran llave ornamental.
Imposible de ignorar.
Pero si algo se fuese a abrir, a aclarar,
me pondría a gritar.
Pshzzssstkahhhh, le abro
una lata de soda a mi hijo.
Es de naranja, del mismo colorante
que tiñe las sonrisas de sus amiguitos, quienes juntos
se han lamido a todo el tigre
que decoraba la superficie del pastel.
Grité. Se veía viniendo.
La llave había parecido engordar,
desbaratándome el pantalón,
puyándome la nalga con
su diseño cada vez más rococó,
hasta convencerme de
destrancar
el recuerdo de nuestro arbolito, el papayo,
cuyos regalos
nos llevábamos al río
a endulzar y embarrar nuestras caras y brazos del color
de la puesta del sol.
En esos tiempos el río nos limpiaba
y nos secábamos al aire, sin toalla.
Sin esa toalla de rayas que luego compre en la ciudad,
y que me amarro a la cabeza después de ducharme,
para bailar desnuda frente al espejo distorsionado,
aplicándome cremas y perfumes baratos uno encima del otro.
Estos días me alimento con carnes duras de un kiosco neón
y de vez en cuando, si nadie esta mirando,
le doy un beso a ese papayo en la calle paralela
a la de mi edificio
que nunca ha dado fruto.
Hoy, sábado, he pegado un grito.
Y bien alto.
Feliz cumpleaños, hijo.
HOMBRE VALLERO
El ancho azul horizontal del mar está
lejos
de mi camiseta sucia
y mis juegos mentales
de números y besos experimentales.
Uno, tres, seis, ocho, nueve mil
hierbas luisas, cangrejitos transparentes,
anocheceres húmedos
en los que percibo
violencia sutil.
Suavidad temprana vibrante, permeada
de canciones imposibles
de reproducir.
Mi semilla,
mi siembra,
y algún vicio rectangular.
Así he vivido, tiempo escurrido como baba de caracol sobre el musgo de un árbol,
o el dolor de tripas de la doncella de una gran tripulación siendo empalada por el tentáculo de un pulpo mítico.
Mar,
del que nací alejado,
te he saboreado
en mi queso prensado, en cada gránulo de sal mojada
que ha rozado
la soledad inventada
de mi lengua rosada.
Disfruto la calidez
de la tela sudada pegada
a mi pecho.
Pensaba
hace no sé cuantos años
que iba a llegar
a ser
más rápido que un niño,
a vencer el vil destino
de mi padre y
del ciprés.
Quietud.
y beso
con mis ojos cerrados
a un recuerdo
de besar
con ojos abiertos
el recuerdo eterno
del olvido
que es la neblina.
CELESTE TERRESTRE
Un diamante
descascarilla
el fondo de una piscina
del color de los ojos y el vestido de seda
que heredaste de tu abuela de Europa del este:
celeste
como el espacio entre tu suspiro y el dios
de tu niñez. Silvestre
como el grito de un pájaro
bebé. No molestes, te dijo tu mamá
por última vez
en un recuerdo lejano y al revés.
Vístete y vente,
envuelta en joyas mojadas,
que ya casi se acaba
la muerte.
12 PM
La rectitud de la clavícula
me da la fuerza, la elegante facilidad,
de una mirada hacia la izquierda
hacia la ventana
repleta de luz.
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