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Writer's pictureMaia Alfaro Samos

cuatro poemas

Updated: Nov 21, 2022

EL COLOR FAVORITO DE MI HIJO


Un plástico amplio anaranjado

desenrollado sobre la mesa del asado

hoy sábado


Y yo

amargada, con mis chancletas

resbalosas de agua de calle y el bolsillo roto

de mi pantalón apretado sosteniendo

una llave

que abre hacia un abismo borroso.


Reconozco solo el deseo de regresar

fundido en el frio, duro metal

de esta gran llave ornamental.

Imposible de ignorar.

Pero si algo se fuese a abrir, a aclarar,

me pondría a gritar.


Pshzzssstkahhhh, le abro

una lata de soda a mi hijo.

Es de naranja, del mismo colorante

que tiñe las sonrisas de sus amiguitos, quienes juntos

se han lamido a todo el tigre

que decoraba la superficie del pastel.


Grité. Se veía viniendo.

La llave había parecido engordar,

desbaratándome el pantalón,

puyándome la nalga con

su diseño cada vez más rococó,

hasta convencerme de

destrancar


el recuerdo de nuestro arbolito, el papayo,

cuyos regalos

nos llevábamos al río

a endulzar y embarrar nuestras caras y brazos del color

de la puesta del sol.


En esos tiempos el río nos limpiaba

y nos secábamos al aire, sin toalla.


Sin esa toalla de rayas que luego compre en la ciudad,

y que me amarro a la cabeza después de ducharme,

para bailar desnuda frente al espejo distorsionado,

aplicándome cremas y perfumes baratos uno encima del otro.


Estos días me alimento con carnes duras de un kiosco neón

y de vez en cuando, si nadie esta mirando,

le doy un beso a ese papayo en la calle paralela

a la de mi edificio

que nunca ha dado fruto.


Hoy, sábado, he pegado un grito.

Y bien alto.


Feliz cumpleaños, hijo.




HOMBRE VALLERO


El ancho azul horizontal del mar está

lejos

de mi camiseta sucia

y mis juegos mentales

de números y besos experimentales.


Uno, tres, seis, ocho, nueve mil

hierbas luisas, cangrejitos transparentes,

anocheceres húmedos

en los que percibo

violencia sutil.


Suavidad temprana vibrante, permeada

de canciones imposibles

de reproducir.


Mi semilla,

mi siembra,

y algún vicio rectangular.


Así he vivido, tiempo escurrido como baba de caracol sobre el musgo de un árbol,

o el dolor de tripas de la doncella de una gran tripulación siendo empalada por el tentáculo de un pulpo mítico.


Mar,

del que nací alejado,

te he saboreado

en mi queso prensado, en cada gránulo de sal mojada

que ha rozado

la soledad inventada

de mi lengua rosada.


Disfruto la calidez

de la tela sudada pegada

a mi pecho.


Pensaba

hace no sé cuantos años

que iba a llegar

a ser

más rápido que un niño,


a vencer el vil destino

de mi padre y

del ciprés.


Quietud.


y beso

con mis ojos cerrados

a un recuerdo

de besar

con ojos abiertos

el recuerdo eterno

del olvido

que es la neblina.





CELESTE TERRESTRE


Un diamante

descascarilla

el fondo de una piscina

del color de los ojos y el vestido de seda

que heredaste de tu abuela de Europa del este:

celeste

como el espacio entre tu suspiro y el dios

de tu niñez. Silvestre

como el grito de un pájaro

bebé. No molestes, te dijo tu mamá

por última vez

en un recuerdo lejano y al revés.


Vístete y vente,

envuelta en joyas mojadas,

que ya casi se acaba

la muerte.



12 PM


La rectitud de la clavícula

me da la fuerza, la elegante facilidad,

de una mirada hacia la izquierda

hacia la ventana

repleta de luz.



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