Reseña de “Adentro”, exposición de Momo Magallón en la galería Mateo Sariel, Panamá
Entré a la galería como si estuviera abriendo el catálogo navideño de Félix B. Maduro. Con esa emoción infantil de imaginar todos los juguetes unidos en un gran jugueteo, esa fantasía que va perdiendo inocencia con el pasar de las páginas. Checherero de plástico. Especificidades artificiales. Luego se vuelve perturbador cohabitar con los juguetes escogidos. Materialidad tóxica. Eventualmente, basura. Pero uno persiste, aferrándose a promesas de diversión.
“Adentro” supone la diversión, si no con las bolitas de plástico que forman parte de la instalación, imaginariamente dentro de las obras. Además del juego sensorial de la pintura en sí, de zurrarse por los surcos entre las baldosas, embarrarse en el grosor del agua y saltar de pústula en pústula de pintura pegoteada a la superficie como chicle fresco, hay también juguetes representados. La exposición contiene dos dibujos llamados “Playtime 01” y “Playtime 02”. ¡Weee! Pero en el 01 los columpios están tan pegados a la pared que mecerse involucraría reventarse contra ella (¿Happy Tree Friends?) y en la 02, además de la siniestra presencia de un hacha clavada en un tronco, un niño no podría jugar en el carrusel de esos de parquecito sin tumbar la planta y tendría encima el zumbido de un aire acondicionado más grande que el mismo carrusel.
Disfrutar de la obra de Momo Magallón sin discutir su lado macabro es como ser madres celebrando un cumpleaños en un McDonald’s PlayPlace y charlando de lo linda que está la decoración, lo buena que está la comida, lo felices que se ven los niños revolcándose en esas pelotitas y el payaso que está divertidísimo, sin jamás reconocer la realidad del lugar en el que dejan correr a sus queridos hijos. Naturaleza extraída, trastornada y empaquetada (petróleo vuelto plástico, criaturas transgénicas convertidas en nuggets). En esta metáfora, los queridos hijos serían nuestros niños interiores regocijándose con la obra sin mucha indagación. El PlayPlace convence a los niños de que cumplirá sus sueños. El payaso sonriente y duro te anima a que te sientes en sus piernas, y lo haces y sabes exactamente por qué te perturba, pero no sabes expresarlo. Nunca te enseñaron las palabras adecuadas. Nadie se las sabe. Todos estamos en el mismo infierno de diversión ilusoria. Afuera, en el marco de las ventanas, el cielo es una promesa.
La protagonista de “Playtime 01” es una silla plástica que le da la espalda al cielo, mirando hacia ese dark side of the room al que aluden todas las obras. Debe ser que ahí pasan cosas más interesantes que las nubes. La tela que la arropa le da importancia y personalidad, y su pata, levantada hacia el espectador, da la inquietante impresión de que se está moviendo sola. Quizás todos los objetos se prenden y apagan solos, girando, cortando, limpiando. La regadera de plantas en “Sprinklers and Showers 04” parece confirmarlo. Se sostiene en el aire para empapar, entre el festejo apiñado de abanicos, no a la planta de la esquina, sino el piso.
En “La recámara principal 01”, además de evocar un gran pastel de cumpleaños, los colchones podrían servir de trampolín. Sería divertido rebotar sobre ellos si no fuera por todas esas lámparas que no habría donde poner, y que, más que romperse, nos romperían los huesos. Quizás, para seguir con la hipótesis de los objetos que actúan solos, hasta nos saltarían encima, aplastándonos, como la lámpara-robot de Pixar. La planta de la esquina, que extiende sus bracitos hacia el cielo azul, lo parece expresar: adentro no hay espacio para respirar, por así decirlo, y menos para jugar. Y si hubiera más espacio, entonces se usaría para amontonar más alarmas en la pared u otra cosa igual de alarmante. En la “La recámara principal 02” no hay ni espacio donde acostar los colchones debido a una pila de televisores glitcheados. Estas habitaciones no son muy habitables. Mientras tanto, afuera, el silencio de las nubes. El respirar del cielo. La simple infinidad de lo natural, el verdadero contexto de estas pinturas.
En todas las pinturas, y hasta en los performances, las plantas y el cielo son los únicos elementos presentes en cantidades, posiciones y colores no absurdos. No se nos garantiza que las plantas no sean de plástico ni que las nubes no son de masilla, pero esa masillez, ese impasto chillón que se tuerce y tiembla entretenidamente, es lo que hace amigables a los objetos peluche. Casi confiables. Si las costras de óleo escurridizo no desvincularan tanto a los objetos de los fondos planos, impidiendo la suficiente verosimilitud, quizás entraríamos de lleno en el cuadro (cosa que sí se logra en las obras de papel, creadas antes de los lienzos), ignorando el sollozo distorsionado de las plantas: GET OUT. Tú te puedes ir; yo no. Hazlo antes de que se derrumbe la torre de flotis, antes de que un trapeador se deslice hasta caer al piso con un tanganazo y haya una explosión eléctrica al entrarle un chorro de agua azul a alguno de los montones de enchufes, haciendo sonar todas las alarmas… Antes de que sea muy tarde.
Podemos situar el tema del secuestro dentro de los tiempos de “cuarentena”, esa privación de libertad que se ha vuelto familiar a nivel global. Pero realmente va más allá, es más antiguo, omnipresente. El secuestro hacia la falsa felicidad, espacios de artificialidad que te alejan de ti, entreteniéndote mientras mueres de desconexión. La obra de Momo saca a relucir lo irreal e inestable del mundo en que vivimos. La sobreestimulación y el perpetuo peligro del adentro (en tres de las obras los avisos de CUIDADO están atornillados a la pared) y la tranquilidad inderrumbable del afuera. Adentro es un gran depósito donde se invita y a la vez previene la diversión. La palabra diversión es del latín divertere, que significa alejarse de la rotación (vertere). Implica que en la diversión nos alejamos de la rotación de la tierra o quizás que la tierra misma deja de dar vueltas con normalidad, alejándose de lo natural, de la realidad. Es posible que la diversión no se refiera a la libertad juguetona que buscamos, sino a lo antinatural, al insostenible ciclo de laburo y consumo. De toda la obra, el cerro de papel higiénico en “Amontonamiento circular 03” puede ser la alusión más directamente política a la desesperación de escasez y consumo, pero también los carritos y las canastas del súper, los amontonamientos de productos comerciales. Este ciclo conlleva un constante mantenimiento (letreros de desvío, herramientas de construcción, materiales de limpieza) y desahogo (aires acondicionados, abanicos, ventanas). En un conversatorio en la galería, accesible en el YouTube de Mateo Sariel, Momo dice que su objetivo es darles a estos objetos comunes “cierta importancia, como… algo bonito.” Quizás la redención que busca no es para los objetos, sino para los humanos que estos objetos simbolizan. La obra no se conforma con embarrar, tapar, empalagar u obliterar la realidad con color sintético, sino también la necesidad de remediar esta acción desesperada. Decenas de relojes no sincronizados nos hacen conscientes de que se nos acaba el tiempo, pero también de que el tiempo mismo es irreal. La penumbra de las sombras azules, gruesas piscinas de nada, revelan que “adentro” no hay sustancia más allá de los juegos de luz. Esto puede ser el espectáculo, el dark side, que observa la silla plástica en “Playtime 02”. La artista preservando fantasías incoherentes para ilusionados espectadores. Payasadas tristes en un cumpleaños feliz. Nosotros no estamos afuera de estos cuartos, sino dentro de su lado oscuro. Y también de su lado visible… Somos los objetos. Somos el colorinche plástico de “Adentro”.
Cuando pienso en la superficialidad y profundidad del fenómeno del color, pienso en Pierre Bonnard. En “Terraza en Vernonnet”, las mujeres de sociedad, probablemente su esposa Marthe en el centro y alguna amiga a la izquierda, son del anaranjado del piso, de la banca, de las partes de la casa visibles a los costados de la obra. En su contraste con el azul, se sienten como un incendio contenido. En muchos de los interiores de Bonnard, las figuras humanas son del mismo color de las paredes, pisos o manteles. A veces son casi imperceptibles, como si de tanto estar adentro se han vuelto parte del interior o, a veces, del exterior. La figura al lado de Marthe, la mujer pequeña que mira con gusto las frutitas en su canasta, debe ser alguna trabajadora campestre. Palpamos su unidad con el revoloteo fresco del ambiente natural. Los colores representan, no solo la superficie de la persona, sino aquello que encarnado en ella.
En su autorretrato “El boxeador” percibimos, quizás, el intento de Bonnard de luchar contra una inevitable descomposición que empieza por su cabeza y puños. O, al contrario, lucha contra su asimilación al interior de la casa (representada por el amarillo) a favor de una disolución que es más compostaje que muerte; el añorado retorno a barro primordial. Quizás es un sentimiento no tan diferente del de Ana Mendieta en sus “Siluetas”, haciendo de su cuerpo una ofrenda de tierra para la Tierra. ¿Qué hay ahí, además de naturaleza? En la continuidad textural de estas obras se logra una unidad de cuerpo y ambiente que comunica, aunque visualmente a través de capas materiales, una búsqueda más allá de lo físico. Pero en el video de Momo, el acto de pintarse de acrílico verde y acostarse en la hierba causa una ruptura, agrava la separación. Es más como huir de la disolución, embalsamarse en contra del hecho de ser de la tierra. Se transforma más en un pedazo de basura que una parte simbólica del ambiente. Sin esa capa de pintura, su piel respirando, sería más parte del entorno natural y Bonnard, si la fuera a pintar, quizás intuitivamente infundiría su figura de verde. Pero quizás, a pesar de querer conectar con lo natural, lo que resalta su obra es la dificultad de salir de la cámara de tortura que es el “adentro”. Ya nos hemos asimilado tanto a lo artificial que salir es contaminar el afuera. Su “asimilación” al entorno (término usado por la artista y por Milko Delgado, el curador de la muestra) sí tiene éxito cuando el entorno es de plástico y lleno de aire, sin vida interior, como en su performance en vivo, en el que se pintó de rosado y se acostó en una piscina inflable llena de juguetes inflables. Ahí, la ironía del acto concuerda con su resultado. Cuerpo vivo, palpitante, cubierto de una delgada capa de plástico y acurrucado entre delgadas capas de plástico llenas de aire atrapado. El reflejo, invertido en su totalidad, de un retorno al origen. Piscina de niños como metáfora tanto de un vientre falso (en la pura potencia creativa del verdadero vientre no hay color, pero origina todo color, toda luz) como de los mismos poros de la artista, ahogados de basura alegre.
El único lienzo de la exposición que no se ha vendido hasta el momento es “Showers and Sprinklers 06”. El título no lo indica, pero me parece la gran ventana de un local comercial. A mi juicio, es la que menos alude a un espacio doméstico. A fin de cuentas, todo esto es un clamor por sentirnos en casa. Pero sin tener que ir por el camino duro, el de enfrentar nuestros errores y miedos existenciales. Dos de los pintores favoritos de Momo, según expresó en el conversatorio en la galería, son James Ensor (quien coloridamente trata temas como máscaras, muerte y perversidad) y Philip Guston, cuyo trazo y uso del rosado Momo dijo apreciar, sin dar señales de reconocer, por lo menos conscientemente, que el rosado de Guston es un rosado de carne viva y que su trazo es un trazo violento. Pero a pesar de los augurios, sigue la diversión. Nada menos que un apocalipsis, como una gran inundación bíblica, podrá realmente limpiarnos de este embarre sintético –disolver los disfraces que decoran los “adentros” urbanos del mundo globalizado y de los cuales nos hemos vuelto parte– para que podamos ver la realidad. Hasta entonces, no dudo que la fábrica de Momo siga trabajando para reabastecer el catálogo. Si hay billete hay chéchere, y pasará Santa a llenarnos las medias de plástico colorido, acelerando así el fin del mundo.
the plastic world has invaded our very hearts and minds - there's hope, but not in creating without purging from ourselves the plastic